Lucía heredó un viejo reloj de péndulo tras la muerte de su abuelo. Aunque estaba detenido, decidió colocarlo en la sala por cariño. Cada noche, al pasar frente a él, sentía que algo en la casa se movía, como si el tiempo no estuviera del todo quieto.
Una madrugada, el reloj comenzó a funcionar solo. Las agujas giraban al revés y el péndulo golpeaba con fuerza. Del interior se escuchó la voz de su abuelo llamándola por su nombre. Lucía, temblando, se acercó y vio reflejada su infancia en el cristal del reloj.
A la mañana siguiente, el reloj estaba otra vez detenido, pero en su interior había una nota: “El tiempo no se detiene, solo cambia de dueño.” Lucía sonrió con lágrimas en los ojos; el reloj no volvió a andar, pero desde entonces, cada hora exacta, juraba oír un suave tic-tac acompañándola.